jueves, 26 de julio de 2018

Jaque.

Empezó a temblar mientras sentía cómo el frío se introducía en su cuerpo hasta roer sus huesos, débiles y desprotegidos.
Todo era culpa de la niebla, que invadía el terreno hasta rozar el granito de las vías. Se alzaba ante él amenazante y aterradora, prometiendo cegarle en su seno, pero aquello no le impidió seguir avanzando.
Como un autómata, con los ojos fijos en un horizonte que no acertaba a comprender. Igual que un suicida aproximándose sin titubear a su muerte incierta.
Sin valentía, tan solo el vacío guiando sus pasos.
Las piedras en las vías crujían bajo sus pies, y aquel era el único sonido que conseguía escuchar. Durante un segundo, una débil voz en su mente se preguntó si tal vez aquello se debía a que no existía ningún otro, pero en seguida se vio intimidada y calló.
Si el silencio quería gobernar el bosque que lo acogía, él no era nadie para impedirlo.
La niebla se detuvo ante él por un instante y la sorpresa le hizo detener los pies. Permanecieron unos segundos así, observándose en medio de la quietud de los árboles, situados en mitad de una antigua vía de tren.
La niebla parecía curiosa, tal vez preocupada.
"¿Por qué estás aquí?"
Ninguna respuesta, ni siquiera la sincera, quiso salir de sus labios.
"Sea lo que sea, esta no es la solución".
Él hizo una mueca, casi riéndose de ella.
- Tú no sabes nada. Esta es mi solución.
La niebla calló, dándose por vencida, y retomó lentamente su avance. Todo lo que él hizo fue sonreír y siguió caminando.
Pronto, ella lo envolvió por completo.
Cuando la niebla se levantó y se marchó de allí, el chico había desaparecido. Nada dejaba adivinar que alguna vez había pisado aquella vía.
Entre los árboles, decenas de pájaros comenzaron a trinar.

viernes, 8 de junio de 2018

Antes de que me quieras

Antes de conocerme, te pido perdón.
Perdón, porque me enamoraré de ti mil veces para luego olvidarte entre lágrimas.
Lo siento porque siempre te lo haré saber, y quizá sufrirás, pero yo nunca seré capaz de verlo.
A veces puedo ser muy egoísta, no me siento orgullosa, pero al menos ahora lo sabes.
Perdón, porque todavía pienso en mi ex.
Y hablamos.
Y le quiero.
Lo siento porque siempre verás una sonrisa en mi cara cuando le recuerde.
Espero que no sientas celos, al menos no tanto como los tengo yo.
Estoy llena de defectos, pero estoy dispuesta a contártelos. Así sabrás dónde te metes.
Soy insufrible, incluso para mí, no sé si conseguirás cogerme cariño.
A veces soy inestable, y caprichosa, y me enfado con facilidad cuando tengo hambre. Tendrás que gastar mucho en comida para mantenerme feliz.
Canto muy alto de madrugada, y me gusta subir el volumen de la música cuando estoy en el salón. Me paseo por la casa en ropa interior, incluso cuando hay más gente en ella, y siempre duermo con calcetines.
No sé pensar con una cerveza en la mano, ni con una copa de vino o un chupito de tequila.
No sé pensar, y ya.
Todos mis planes se sitúan pasada la medianoche y no me gusta ver a gente durante el día, aunque puedo dignarme a hacer una excepción si me merece la pena.
Y nunca, nunca, nunca acepto ayuda. Ni siquiera intentes ofrecérmela, lo más probable es que te odie por ello.
Creo que lo peor de todo es que no soy una buena persona. Puedes echármelo en cara, si quieres, no serías la primera persona en decírmelo.
Pero estoy intentando cambiar.
Por eso te digo esto ahora, para que puedas echarte atrás. No quiero que te sorprenda al empezar a verme, o mientras todavía me quieres.
No quiero dolerte.
Supongo que eso es algo bueno de mí.

sábado, 26 de mayo de 2018

En el Oráculo


Guardó silencio mientras asimilaba las noticias, arrodillado frente al Premonitorio en el oscuro espacio que era el hogar del ser.
- Pensé que alguien como tú tendría menos problemas para encarar su futuro – la criatura habló con aquella voz sibilante que parecía colarse en los huesos de quien la escuchaba –. El valeroso rey de Hegar debería estar preparado para enfrentarse a la muerte, ¿no es así?
Kairo miró al Premonitorio: había abandonado la postura solemne con la que le había hablado de su destino y ahora yacía descuidadamente en su trono de piedra, contemplando distraído el movimiento de sus dedos azulados mientras describía con ellos figuras en el aire.
- Nadie está preparado para morir, no importa cuánto lo crea.
El Premonitorio le miró entonces con sus ojos hechos de niela y sonrió. Casi parecía sentir pena por él.
- La he visto, ¿sabes?, a la muerte. No es tan mala como piensas. Puede que incluso acabe gustándote.
- Seguro que no es tan buena como la vida.
- Pides demasiado.
Kairo respiró hondo, escuchando en el fondo de su mente los quejidos amortiguados del miedo.
- Pero es por el bien de tu pueblo. Solo la derrota de tu ejército lo salvará. Debería ser eso lo que más te importara, el futuro de tu reino, ¿no es eso para lo que existe un monarca, para sacrificarse por los suyos de ser necesario?
El Premonitorio tenía razón, Kairo lo sabía, y una inmensa rabia le invadió. No quería morir como tampoco quería que murieran sus soldados, los únicos hermanos que había conocido. Más allá de cualquier razonamiento, lo único que sentía era una sensación de profunda injusticia.
¿Por qué reino iba a sacrificarse? De pronto Hegar se transformó en un conjunto de ladrillos yermos esparcidos por un terreno ausente, y sus habitantes ya no eran más que cuerpos vacíos sin rostro.
- Yo nunca pedí ser rey.
El Premonitorio se encogió de hombros, insolente.
- Y yo nunca pedí ver el futuro. Sin embargo, el destino nunca nos pide permiso para jugar sus cartas, y mucho menos nuestra opinión. Lo único que podemos hacer es aceptar nuestro papel y salir ahí fuera a cumplirlo.
Kairo y la criatura se miraron durante unos largos segundos. La quietud comenzó a antojarse asfixiante mientras el Premonitorio parecía esperar con paciencia una reacción que no llegaba.
- He de irme – el anuncio del monarca sonó como una pregunta.
- Sí – el Premonitorio se enderezó en su asiento para despedirle –. Buen viaje, Kairo de Hegar.
Él se levantó con pesadez y se dirigió al umbral. Antes de cruzarlo, el Premonitorio le llamó de nuevo.
- Puedo imaginar lo que estás pensando, pero no funcionará. El destino ha tomado una decisión inamovible y, dentro de unos días, tú pasarás al Otro Lado. De ti depende ponerle las cosas más difíciles de lo necesario pero, te lo advierto, yo no le enfadaría.
Kairo contempló un instante al Premonitorio antes de marcharse. En esa ocasión nadie le detuvo.

domingo, 4 de marzo de 2018

Ophelia´s collection: Rossel.

Se lo advirtieron los hombres de su padre, aquellos valientes caballeros que decían haber vivido más de lo que les hubiera gustado vivir: “El escenario de una batalla es una réplica del infierno”.
Ella nunca les había creído. Por mucho que lo pensaba, no lograba entender cómo ambos contextos podían ser equiparables. Hasta ahora.
En la ladera frente al castillo, una cantidad innumerable de personas gritaban encolerizadas mientras la sangre manaba de sus cuerpos o producían grandes heridas en los de otros. Desde su posición, Rossel podía divisar las higueras y antorchas que aquel gentío había encendido en diversos puntos, extendiendo el denso humo gris por el aire en toda aquella zona.
Un atardecer temprano – influenciado por el fuego que se aproximaba desde frentes lejanos – comenzaba a hacerse visible en el cielo cuando su anciana doncella entró en sus aposentos.
- Rossel, debes marcharte de aquí, es necesario que ya no estés en el castillo cuando los rebeldes entren en él.
Ella ya sabía aquello: desde niña la habían preparado para ese momento y en el transcurso de la tarde decenas de empleados la habían instado a irse. Sin embargo, ni siquiera se había molestado en decidir qué ropa se llevaría en su huida.
- No quiero irme.
- Me temo que no tienes opción, niña.
- Con tus disculpas, creo que la única que debe decidir eso soy yo.
El silencio golpeó entre ellas. La mirada dolida de la anciana diluyó en un segundo la obstinada determinación de Rossel. Suspiró y se acercó para abrazarla.
- Lo siento – susurró, el rostro apretado contra las arrugas de su cuello –. Sabes que te quiero, no he debido hablarte así, pero de veras no quiero marcharme. Mi sitio está aquí, con vosotros.
La anciana se separó y la miró con dulzura mientras le acariciaba suavemente la mejilla.
- Rossel, mi pequeña princesa… tienes la valentía de tu padre, sin duda – su expresión se ensombreció, la reciente muerte del caballero todavía suponía una herida abierta en los corazones de ambas –. Sé que deseas permanecer aquí: es tu hogar, el símbolo de tu familia, pero tu padre jamás habría querido que murieras por tu empeño en mantenerte firme entre unos muros de piedra. Ahora debes salir de aquí, aunque eso signifique dejar por un tiempo el castillo en manos de tus enemigos. Tarde o temprano lo recuperarás, estoy segura, pero para ello debes huir ahora y continuar en pie. Y no te preocupes por nosotros, pequeña, estaremos bien. Muchos han salido ya de aquí, y los demás lo haremos pronto.
Rossel titubeó, dirigiendo la mirada a la ventana desde la que hacía pocos minutos contemplaba la batalla en el campo.
- ¿Y los soldados?
- Ellos juraron defenderos a ti y a tu familia, hasta el final.
- Son mis caballeros, mi gente.
- Rossel, por favor…
Una fuerte explosión fuera las sobresaltó. Al asomarse, al principio no vieron nada más que una gran bola de fuego pero, escasos segundos más tarde, observaron horrorizadas cómo las fuerzas rebeldes entraban en el castillo. Sus gritos de guerra se mezclaban con los alaridos de dolor y miedo que dejaban atrás.
La anciana no se molestó en seguir dialogando: sostuvo a Rossel por el brazo y comenzó a arrastrarla hacia la puerta de sus aposentos. Quizá le hubiera costado más si la joven doncella hubiera opuesto algo de resistencia. La única vez que se detuvo fue para recoger una capa de viaje que colgaba sobre la silla de su tocador.
Comenzaron a avanzar aprisa por los pasillos y las escaleras oscuras del palacio, caminando con todo el sigilo del que eran capaces. Rossel observaba cada esquina angustiada, su doncella con una fiera determinación.
- Saldremos por la puerta de la cocina, se disimula bastante bien desde el exterior, probablemente nadie esté esperando allí. Cuando estemos fuera caminaremos junto al río hacia el sur, hacia Boca de Oso, allí decidiremos cómo seguir.
- Entonces, ¿vendrás conmigo?
La anciana se detuvo y volvió la cabeza para sonreírle. Rossel le devolvió el gesto.
- Siempre.
Cuando llegaron a las cocinas, estas estaban invadidas por penumbras y Rossel sintió el olor cercano de sangre derramada. No encontró las fuerzas necesarias para buscar su origen. Sin embargo, sí encontró en un rincón varios cuchillos, de los que sabía se usaban para cortar la carne de las bestias que sus soldados cazaban, y se armó con ellos escondiéndolos entre las sujeciones de su vestido.
- Rossel, ¿qué haces? Vámonos, la salida está despejada – su doncella ya la esperaba en el umbral de la puerta que comunicaba con el exterior.
Cuando salieron, la chica pudo sentir cómo el humo de las llamas se colaba en sus pulmones, pero no tuvo tiempo para detenerse a pensar en ello. Corrió junto a la doncella colina abajo, hacia el bosque y el río. Al divisar el río bañado por la luz verdosa que proporcionaban los árboles se sintió extrañamente en paz.
- Mirad a quién nos hemos encontrado.
Al volverse hacia el hombre que había hablado, Rossel se vio enfrentada a tres soldados vestidos con el uniforme de los rebeldes. Sacó uno de los cuchillos mientras situaba a su doncella tras su espalda.
Minutos después, los tres hombres arrojaron el cadáver de Rossel al río y, jadeando, contemplaron cómo la corriente la arrastraba hacia el sur.
- Con suerte encontrarán su cuerpo en Boca del Oso, será una buena advertencia.
- Deberíamos haberla cortado en pedazos – uno de los soldados, furioso, se mantuvo observando en río aun cuando el cuerpo de la chica ya había desaparecido de su campo de visión. Un largo corte en su mano derecha todavía sangraba.
- No te pongas así – el primer hombre se rio, burlón –, esa niña sólo te ha hecho un arañazo.
El herido gruñó en respuesta y se volvió a observar a la anciana doncella, ya muerta.
- Y con ella, ¿qué hacemos?
- Déjala ahí, los cuervos también necesitan comer.